El 14 de abril se celebra en todo el mundo el día del patinador. Este es un hecho curioso, ya que está relacionado con la religión y debe su historia a la vida de Lidwina, una niña holandesa del siglo XIV. Lidwina nació en 1380 en Schiedam (Holanda) en el seno de una familia pobre de ocho hermanos.

Con 15 años, en mitad de un duro invierno, Lidwina salió a patinar sobre el hielo de los canales congelados del pueblo con sus amigas. Una fuerte caída hizo que se rompiera una costilla, lo que acabó provocando una parálisis parcial que la mantuvo en cama durante 38 años, dado que nadie en la ciudad supo cómo curar su lesión.

Nunca se recuperó totalmente y cada vez se encontraba más enferma e incapacitada. Se cree que quedó completamente paralizada a excepción de su mano derecha y que algunas partes de su cuerpo «se desprendieron».

También se dice que la sangre brotaba espontáneamente de su boca, nariz y oídos, por lo que los habitantes de Schiedam creían que estaba bajo la influencia del diablo.

Lidwina comenzó a desarrollar su devoción por la eucaristía y la mayor parte de su tiempo lo dedicaba a rezar, meditar y ofrecer su dolor a Dios. Se dice que Lidwina tenía visiones y se registraron milagros junto a su cama por lo que recibía numerosas visitas.

El 14 de abril de 1433, Lidwina falleció a la edad de 53 años, donde parecía imposible que pudiera seguir viva en condiciones tan graves. En 1434 se construyó una capilla sobre su tumba, que se había convertido en un lugar de peregrinaje. Sus reliquias fueron trasladadas a Bruselas en 1615, pero regresaron finalmente a Schiedan en 1871. En 1890, el Papa León XIII canonizó a la patinadora y la convirtió en santa. A partir de ese día se le conoce como la patrona de los patinadores y los enfermos crónicos.