Un reflejo del rey Ozymandias en la política argentina

«Ozymandias» es un poema de Percy Bysshe Shelley que retrata la caída en el olvido de un gobernante poderoso llamado Ozymandias. A través de la descripción de una estatua deteriorada en el desierto, la obra transmite la idea de la transitoriedad del poder y la vanidad humana. Aunque Ozymandias fue en su momento un líder dominante, su legado se ha desvanecido en la historia, dejando solo ruinas.

En un giro político sorprendente, la era de Alberto Rodríguez Saá y su dinastía política ha llegado a su ocaso con la victoria de Claudio Poggi. El triunfo de Poggi representa un desenlace que bien podría ser comparado con el famoso poema «Ozymandias», de Percy Bysshe Shelley, donde el poderío de un gobernante se reduce al polvo del olvido. Sin embargo, este final para Rodríguez Saá, no se debe a la mera fuerza del tiempo, sino a una serie de actos reprochables que han dejado al descubierto su verdadera naturaleza tramposa.

Uno de los principales y más recientes instrumentos utilizados por Rodríguez Saá para intentar perpetuarse en el poder fue la Ley de Lemas. En las últimas elecciones, esta controvertida medida fue empleada por miedo a perder su dominio político y desconfianza hacia su propio candidato, Jorge «el Gato» Fernández. La Ley de Lemas permitió que los candidatos de una misma coalición pudieran presentarse bajo distintos nombres, confundiendo a los votantes y manipulando el resultado electoral. Este engaño sistemático debilitó aún más la credibilidad del Gobernador y alimentó la indignación de una sociedad cansada de la corrupción.

El proselitismo exacerbado también caracterizó la forma de hacer política bajo el régimen saaísta. Utilizando la pauta publicitaria del Estado, promovieron descaradamente a sus propios candidatos, relegando a otros actores políticos y distorsionando la equidad en la contienda electoral. Esta práctica evidencia una clara falta de ética y una ambición desmedida por aferrarse al poder a cualquier costo.

El nepotismo, otro de los vicios presentes en todos estos años, generó un sentimiento de indignación en la población. Familiares cercanos o amigos íntimos ocupaban altos cargos en la administración pública, sin importar su falta de méritos o capacidad. Esta forma de hacer política hereditaria y excluyente dejó en evidencia la falta de oportunidades para ciudadanos competentes y la concentración de poder en manos de unos pocos, además del inconmensurable gasto público que esto generaba con el fin de dar privilegios a un puñado de personas.

Pero quizás uno de los actos más aberrantes perpetrados por el ahora concebido como ex jefe del ejecutivo provincial, fue el aprovechamiento de la miseria de la gente. Se valieron de la necesidad de los sectores más vulnerables para comprar votos con mercadería y dádivas, perpetuando así su control político sobre los más desfavorecidos. Esta manipulación colmó la tolerancia de la gente e indignó a una sociedad que espera líderes que trabajen por el bienestar común y no que se aprovechen de las necesidades más básicas de sus ciudadanos, lo cual quedó evidenciado en el resultado de las urnas.

El triunfo de Claudio Poggi en las últimas elecciones marca un quiebre en la política de San Luis. Es el reflejo de un pueblo que ya no tolera los abusos de un gobernante que ha dejado un legado de corrupción y trampas. La caída de Alberto Rodríguez Saá y su camarilla político-familiar es una advertencia para aquellos que creen estar por encima de la voluntad ciudadana y de los principios democráticos y no sólo a nivel provincial, sino en todos los rincones del país.

El ocaso del «rey vanidoso» en el poder es una victoria para la democracia y para aquellos que buscan una política transparente y justa. Los actos reprochables han sido señalados y rechazados por la sociedad. Es momento de mirar hacia adelante y trabajar para construir un futuro en el que la política esté al servicio de todos los ciudadanos, sin excepción.

Tal como el ficticio rey Ozymandias, Rodríguez Saá ha experimentado un destino político similar. Su imperio, basado en actos cuestionables, ha llegado a su fin. Al igual que la estatua en el desierto, su legado de vanidad y corrupción probablemente se desvanecerá en la memoria colectiva, pero sin dejar de recordarnos lo implacable de la transitoriedad del poder y la caída inevitable de aquellos que abusan de su posición.

 

Fuente: Agencia Puntana