El 17 de junio de 1970 se derrumbó de golpe por un accidente cerebro vascular. Fue enviado de urgencia a la ciudad de San Luis en un avión sanitario. Pero era inútil. Murió al día siguiente, el 18 de junio, hace 52 años.
En Piedra Blanca, hoy lugar privilegiado de descanso para el turismo, de paisajes serranos y arroyo transerrano, vino al mundo –a las 7, del 7 de febrero de 1917- el escritor que fue evaluado, entre otros, por Jorge Luis Borges en un jurado que le otorgara uno de sus galardones de mayor relevancia nacional.
En una modesta casita de campo, de adobes gordos que resguardaban del frío, muy cercano a la zona de Leopoldo Lugones, el poeta aprendió a caminar y a balbucear sus primeros decires.
Hubo un vacío que, probablemente, haya buscado llenar con palabras en esa casona blanca despintada, solitaria y humilde, antecedida de parrales firmes frente a la calle de tierra blanda, que rompía el viento en una esquina del centro merlino, adonde se trasladó con su madre, María Teresa Blanch, después de haber sufrido una gran pérdida.
Agüero, que empezó a escribir poesía a los 15 años, tenía en su adolescente búsqueda, un dolor que intentó suturar con letras: había perdido a su padre –también llamado Antonio Esteban Agüero- cuando tenía sólo dos años y no había imagen, aroma, sabor de abrazos, ni registro de voz que su memoria pudiera traer del inconsciente.
El gran poeta, que le cantó a su pueblo y a su tiempo, que le enseña a estos nuevos tiempos, que nació el 7 de febrero de 1917 y se fue el 18 de junio de 1970, sigue vivo y presente en sus libros, en letras que cruzaron siglos, en sus palabras tajantes y alegres, fuertes y apasionadas, con esa voz alta y penetrante. El poeta nos dice, más allá de las letras pero con sus letras: “Sí, nada más, / vivamos, / solamente vivamos”. Y sus letras continúan naciendo para generaciones, y él sigue vivo en Merlo.
Fuente: UNLC